jueves, 1 de agosto de 2013

Educar para la Convivencia Democrática


En una sociedad democrática la formación del ciudadano requiere prepararle para participar en el desarrollo de la comunidad, a la vez que potenciar las estructuras participativas en las que pueda implicarse. Debemos tener conciencia de que el ser humano no nace ciudadano, sino que tiene que formarse en el tiempo y en diferentes espacios .Ser ciudadano implica formar parte de la “Civis” (ciudad) con una serie de derechos y de deberes.

Ser ciudadano en la sociedad actual no es una tarea sencilla, sino que representa una serie de exigencias, pues nadie nace ciudadano, sino que tiene que hacerse, ir formándose a lo largo de la vida. Pero de lo que nadie duda es que la consolidación de los Derechos Humanos dependerá de esta formación para la ciudadanía. Tarea nada fácil, ya que exige, entre otras muchas cosas, informarse, opinar, asociarse y participar activamente en los asuntos públicos.

La Educación para la Convivencia Democrática

La Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, estableció que los cuatro pilares básicos sobre los que la educación debe estructurarse giran en torno a cuatro aprendizajes fundamentales: aprender a conocer, es decir, adquirir los instrumentos de comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas, y, por último, aprender a ser, un proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores. Por supuesto, estas cuatro vías del saber convergen en una sola, ya que hay entre ellas múltiples puntos de contacto, coincidencia e intercambio.

Aprender a vivir juntos es aprender a vivir con los demás, fomentando el descubrimiento gradual del otro, la percepción de las formas de interdependencia y participación, a través de proyectos comunes que ayudan a las personas a prepararse para tratar y solucionar conflictos respetando los valores de pluralismo, comprensión mutua y paz.

Aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás constituye un importante reto educativo. Supone alcanzar una doble misión: enseñar la diversidad de la especie humana y contribuir, al mismo tiempo, a una toma de conciencia de las semejanzas, las diferencias y la interdependencia entre todos los seres humanos.

La educación para la convivencia debe ajustarse al hecho de que las sociedades son cada vez más diversas, ya que en la actualidad conviven gentes de distintas razas y diferentes culturas.

Formar ciudadanos críticos se convierte en el objetivo fundamental de la educación para la convivencia democrática. Ciudadanos sensibles a los problemas sociales existentes dentro y fuera de la comunidad en la que viven y que puedan colaborar, en la medida de lo posible, en la resolución de los mismos. En este sentido, la formación ciudadana tiene que ver mucho con la formación en la responsabilidad social. Un ciudadano responsable es un ciudadano activo y comprometido con su entorno social. La capacidad de compromiso podría fijarse a través de un continuum que podría abarcar distintos niveles de actuación o responsabilidad.  Así, se pueden establecer categorías de mínimos y de máximos. Si pensamos en categorías de mínimos, nos encontramos con conceptualizaciones de ciudadanía de “baja densidad”. Esto sucedería con aquel ciudadano que se limita a cumplir con lo establecido, ejerce su derecho al voto, obedece las leyes y paga los impuestos. Es decir, no sale de su esfera personal o familiar. Este ciudadano mantendría unas relaciones comunitarias reducidas, con escasa implicación en la acción política. En el otro extremo del continuum situaríamos una perspectiva de máximos, es decir, una imagen de ciudadanía de elevadas aspiraciones. En este extremo se ubicaría un tipo de ciudadano que se identificase como miembro activo de la comunidad, con una conciencia nítida de sus derechos pero también de sus responsabilidades para con la comunidad.  Dicho ciudadano viviría su ciudadanía desde el horizonte más amplio de unos principios universales, implicándose activamente para ponerlos en práctica en la vida cotidiana, siendo muy crítico y realista en este sentido, al constatar que, aunque en el plano formal se reconocen tales principios, en aquel otro real son frecuentemente quebrantados, aun cuando estén consignados en convenios e instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos y en los discursos institucionales de los gobiernos.


Aprender a convivir es una finalidad básica de la educación. Se trata, por consiguiente, de sumar esfuerzos para dar respuestas favorables, conscientes de que la educación para la convivencia democrática y la ciudadanía, para la igualdad entre hombres y mujeres, la educación intercultural, en definitiva, la educación para una cultura de paz, son retos que la escuela no puede obviar si quiere, realmente, encontrar alternativas, positivas y constructivas, a los problemas escolares y sociales del siglo XXI.  La educación encierra un tesoro cuando insistía en la necesidad de aprender a ser y de aprender a vivir juntos.


Hoy, más que nunca, aprender a convivir debe formar parte del quehacer explícito de la educación y de los educadores, de las escuelas y de la sociedad en su conjunto; uno de los principales desafíos de los sistemas educativos actuales que persiguen que las sociedades sean más modernas, justas y democráticas, más igualitarias, cohesionadas y pacíficas, es formar ciudadanos libres, responsables, críticos, solidarios, dialogantes y tolerantes, que sean capaces de vivir con responsabilidad y armonía gracias a su participación activa en la vida política, económica, social y cultural de la sociedad en la que viven.



No hay comentarios:

Publicar un comentario