En una sociedad democrática la formación del ciudadano
requiere prepararle para participar en el desarrollo de la comunidad, a la vez
que potenciar las estructuras participativas en las que pueda implicarse.
Debemos tener conciencia de que el ser humano no nace ciudadano, sino que tiene
que formarse en el tiempo y en diferentes espacios .Ser ciudadano implica
formar parte de la “Civis” (ciudad) con una serie de derechos y de deberes.
Ser ciudadano en la sociedad actual no es una tarea
sencilla, sino que representa una serie de exigencias, pues nadie nace
ciudadano, sino que tiene que hacerse, ir formándose a lo largo de la vida.
Pero de lo que nadie duda es que la consolidación de los Derechos Humanos
dependerá de esta formación para la ciudadanía. Tarea nada fácil, ya que exige,
entre otras muchas cosas, informarse, opinar, asociarse y participar
activamente en los asuntos públicos.
La Comisión Internacional sobre la educación para el siglo
XXI, estableció que los cuatro pilares básicos sobre los que la educación debe
estructurarse giran en torno a cuatro aprendizajes fundamentales: aprender a
conocer, es decir, adquirir los instrumentos de comprensión; aprender a hacer,
para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, para
participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas, y, por
último, aprender a ser, un proceso fundamental que recoge elementos de los tres
anteriores. Por supuesto, estas cuatro vías del saber convergen en una sola, ya
que hay entre ellas múltiples puntos de contacto, coincidencia e intercambio.
Aprender a vivir juntos es aprender a vivir con los demás,
fomentando el descubrimiento gradual del otro, la percepción de las formas de
interdependencia y participación, a través de proyectos comunes que ayudan a
las personas a prepararse para tratar y solucionar conflictos respetando los valores
de pluralismo, comprensión mutua y paz.
Aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás
constituye un importante reto educativo. Supone alcanzar una doble misión:
enseñar la diversidad de la especie humana y contribuir, al mismo tiempo, a una
toma de conciencia de las semejanzas, las diferencias y la interdependencia
entre todos los seres humanos.
La educación para la convivencia debe ajustarse al hecho de
que las sociedades son cada vez más diversas, ya que en la actualidad conviven
gentes de distintas razas y diferentes culturas.
Formar ciudadanos críticos se convierte en el objetivo
fundamental de la educación para la convivencia democrática. Ciudadanos
sensibles a los problemas sociales existentes dentro y fuera de la comunidad en
la que viven y que puedan colaborar, en la medida de lo posible, en la
resolución de los mismos. En este sentido, la formación ciudadana tiene que ver
mucho con la formación en la responsabilidad social. Un ciudadano responsable
es un ciudadano activo y comprometido con su entorno social. La capacidad de
compromiso podría fijarse a través de un continuum que podría abarcar distintos
niveles de actuación o responsabilidad. Así,
se pueden establecer categorías de mínimos y de máximos. Si pensamos en
categorías de mínimos, nos encontramos con conceptualizaciones de ciudadanía de
“baja densidad”. Esto sucedería con aquel ciudadano que se limita a cumplir con
lo establecido, ejerce su derecho al voto, obedece las leyes y paga los
impuestos. Es decir, no sale de su esfera personal o familiar. Este ciudadano
mantendría unas relaciones comunitarias reducidas, con escasa implicación en la
acción política. En el otro extremo del continuum situaríamos una perspectiva
de máximos, es decir, una imagen de ciudadanía de elevadas aspiraciones. En
este extremo se ubicaría un tipo de ciudadano que se identificase como miembro
activo de la comunidad, con una conciencia nítida de sus derechos pero también
de sus responsabilidades para con la comunidad.
Dicho ciudadano viviría su ciudadanía desde el horizonte más amplio de
unos principios universales, implicándose activamente para ponerlos en práctica
en la vida cotidiana, siendo muy crítico y realista en este sentido, al
constatar que, aunque en el plano formal se reconocen tales principios, en aquel
otro real son frecuentemente quebrantados, aun cuando estén consignados en convenios
e instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos y en los discursos
institucionales de los gobiernos.
Aprender a convivir es una finalidad básica de la educación.
Se trata, por consiguiente, de sumar esfuerzos para dar respuestas favorables,
conscientes de que la educación para la convivencia democrática y la
ciudadanía, para la igualdad entre hombres y mujeres, la educación
intercultural, en definitiva, la educación para una cultura de paz, son retos
que la escuela no puede obviar si quiere, realmente, encontrar alternativas,
positivas y constructivas, a los problemas escolares y sociales del siglo XXI. La educación encierra un tesoro cuando insistía
en la necesidad de aprender a ser y de aprender a vivir juntos.
Hoy, más que nunca, aprender a convivir debe formar parte
del quehacer explícito de la educación y de los educadores, de las escuelas y
de la sociedad en su conjunto; uno de los principales desafíos de los sistemas educativos
actuales que persiguen que las sociedades sean más modernas, justas y
democráticas, más igualitarias, cohesionadas y pacíficas, es formar ciudadanos
libres, responsables, críticos, solidarios, dialogantes y tolerantes, que sean
capaces de vivir con responsabilidad y armonía gracias a su participación activa
en la vida política, económica, social y cultural de la sociedad en la que
viven.
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