Noam Chomsky |
El prestigioso
pensador estadounidense aclara el papel que deben ocupar los intelectuales en
la vida de la sociedad.
¿Cómo
defines a un intelectual?
Desde
cierta perspectiva, un intelectual es simplemente toda persona que usa su
cerebro. Todo el mundo usa su cerebro, por supuesto, pero, más allá de ese uso
necesario para la supervivencia, hay actividades que se refieren a la opinión
pública, a asuntos de interés general. Yo no llamaría intelectual a alguien que
traduce un manuscrito griego, porque hace un trabajo básicamente mecánico. Hay
quizás pocos profesores que puedan llamarse verdaderamente intelectuales. Por
otra parte, un trabajador del acero que es organizador sindical y se preocupa
por los asuntos internacionales puede muy bien ser un intelectual. Es decir, la
condición de intelectual no es el correlato de una profesión determinada. Hay
alguna relación entre gozar de ciertos privilegios y tener posibilidades de
actuar como un intelectual. No es una relación muy fuerte, porque mucha gente
privilegiada no hace nada que pueda considerarse de mérito intelectual y, por
otra parte, mucha gente sin privilegios es muy creativa, reflexiva y de amplios
conocimientos.
¿Qué
entiendes por "variante leninista" de los intelectuales?
En los años
’60 escribí un libro sobre los intelectuales, titulado American Power and the
New Mandarins. La expresión “los nuevos mandarines” no fue un invento mío. Yo
la tomé de Ithiel de Sola Pool, jefe del Departamento de Ciencias Políticas del
Massachussets Institute of Technology (MIT), quien escribió un artículo en el
cual se caracterizó a sí mismo y caracterizó a sus cohortes, con orgullo, como
los nuevos mandarines. Esto fue justo al inicio del gobierno de John F.
Kennedy. Cuando Kennedy asumió la presidencia, se suponía que se inauguraba una
nueva era de las luces. Toda clase de intelectuales de Cambridge fue para allá;
algunos para convertirse en miembros del gobierno, otros para ser asesores y
otros para almorzar con Jackie Kennedy.
Efectivamente,
lograron un grado de poder de decisión que es inusual. Si comparas, por
ejemplo, la camarilla gubernamental de Eisenhower con la camarilla de Kennedy,
en la segunda había más personas que serían consideradas como intelectuales
públicos o científicos políticos. Tenían varios nombres para describirse. Uno
que usaban con orgullo era los “nuevos mandarines”.
A partir de
ese momento, inteligencia y conocimiento iban a servir y ejercer el poder, cosa
que se haría de manera apropiada. También se describieron como “intelectuales
de acción” (action intellectuals), porque no eran simplemente académicos de la
torre de marfil. Se consideraban intelectuales brillantes que iban a
comprometerse en los asuntos reales del mundo. Se trataba, esencialmente, de
intelectuales liberales, es decir, en términos europeos, una especie de
socialdemócratas. Y bueno, esto no era tan nuevo como ellos pensaban. Durante
la Primera Guerra Mundial había sucedido algo semejante. El presidente
estadounidense Woodrow Wilson fue electo en 1916 con una plataforma electoral
que, bajo el lema “Paz sin victoria”, prometía mantener a los Estados Unidos
fuera de la guerra y negociar la paz entre las potencias en conflicto. Sin
embargo, muy rápidamente se puso a trabajar para que los Estados Unidos participara
en la conflagración, y como la población estadounidense no quería entrar en la
guerra, fue necesario generar una histeria chauvinista entre la población y
crear un odio contra todo lo que fuera alemán. Eso se hizo con un éxito
notable, en parte mediante una agencia de propaganda del Estado creada por
Woodrow Wilson, que contaba con respetados intelectuales como Walter Lippman,
que durante mucho tiempo había sido un analista serio en los medios.
Los
responsables e intelectuales serios, particularmente los del círculo de John
Dewey, se describían, y lo hacían con mucho orgullo, en términos semejantes a
los que años más tarde usarían los “nuevos mandarines”. Decían que era la
primera vez en la historia que se había colocado la inteligencia al servicio
del ejercicio del poder y que un país había entrado en una guerra, no bajo la
influencia perniciosa de líderes militares, traficantes de armas y hombres de
negocios interesados en recursos, sino bajo la influencia de los hombres
inteligentes de la comunidad, que entendían profundamente la necesidad de ir a
la guerra y que habían logrado convencer de esa necesidad a la población,
mediante el uso de la inteligencia y de la manipulación.
En los años
siguientes, gente como Walter Lippman, que había formado parte del Comité de
Propaganda, escribió ensayos sobre la democracia que fueron considerados
progresistas. Basándose en su experiencia, enfatizó la necesidad de que la
gente responsable fuera protegida de la población general, que él describía
como una “manada sin orientación”.
Todo esto
tiene una especie de sabor a leninismo. Los “responsables”, que se autodefinen
como intelectuales tecnocrática y políticamente orientados, son muy semejantes
a un partido de vanguardia. Y las doctrinas son muy similares. El partido
leninista de vanguardia va a empujar las estúpidas masas hacia adelante, hacia
cosas maravillosas. En el libro American Power..., yo comparé un discurso de
Robert McNamara con un discurso inspirado por la doctrina leninista a secas.
Son muy semejantes. La única diferencia es que McNamara habla de vez en cuando
de Dios, pero la idea básica es esencialmente la misma.
¿Deben
participar los intelectuales en el poder?
Eso depende
de la integridad del intelectual. Si quieres mantener tu integridad, generalmente
serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es
muy difícil ser crítico, si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo
general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las
fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el tipo de
intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene Debbs, terminan en
la cárcel.
¿Qué opinas
de la idea griega de que los filósofos, por sabios, deben gobernar?
Es una idea
tremendamente peligrosa, tanto en su variante leninista como en la variante
occidental del intelectual tecnocrático, orientado hacia el ejercicio del
poder, o en cualquier otra variante que hemos visto en la historia, como el
ejemplo reciente de las castas sacerdotales en el poder.
¿Los
intelectuales en el poder son peligrosos?
Cuando los
intelectuales públicos y académicos se congregaron en Washington con Kennedy,
extremadamente entusiastas y orgullosos de sí mismos, mi visión fue que eso iba
a ser un desastre total, porque la lección histórica respectiva es muy clara.
Ese tipo de gente es muy arrogante. Creen saberlo todo y son muy peligrosos
cuando se acercan al poder. Las razones son obvias. Si cometen un error, tienen
un serio problema, porque sólo se les ha dado un puesto en el poder por su
supuesta inteligencia y su competencia. Entonces, ¿cómo pueden cometer un
error? Por eso, tienden a perseverar en sus errores, en insistir en que ellos
tenían razón. El panorama cambia con gente, digamos, como Averell Harriman, que
durante toda su vida tuvo cargos en el gobierno. Su poder derivaba del hecho de
que su padre y su abuelo habían construido ferrocarriles. Eran ricos, formaban
parte de la aristocracia. Bien, él no necesitaba justificar su lugar en el
poder. El tenía poder. Si cometía un error, podía cambiar de opinión sin mayor
problema. Pero en los intelectuales hay una tendencia casi natural a ser muy
rígidos; no sólo son arrogantes sino también doctrinaristas.
¿Los
estándares morales de un intelectual deben ser más altos que los de una persona
común, porque tiene más acceso al poder?
Cuanto
mayores sean tus privilegios y autoridad, mayor será tu responsabilidad moral,
porque las consecuencias predecibles de tus actos serán también mayores. En la
medida en que la gente que se dice intelectual, séalo o no, sea capaz de
influir y decidir sobre condiciones que determinan los acontecimientos reales,
en esa medida, su responsabilidad crecerá.
¿Cuál es el
estado actual de los intelectuales?
Muy
semejante al de siempre. Los intelectuales son quienes escriben la historia,
los que presentan las imágenes del presente y del pasado. Para ser más preciso,
me refiero a los intelectuales que se llaman “intelectuales responsables”. Los
disidentes no escriben la historia. Por ejemplo, Walter Lippman se describía
orgullosamente como uno de los “hombres responsables”. Eugene Debbs, el
personaje principal del movimiento obrero estadounidense, candidato a la
presidencia por el Partido Socialista y un crítico de la Primera Guerra
Mundial, estaba en la cárcel. Y a Walter Lippman nunca se le ocurrió
preguntarse ¿por qué soy yo una persona responsable y Eugene Debbs está en la
cárcel? ¿Soy yo más intelectual que él? Y la respuesta es no, están simplemente
de diferentes lados de la barrera. Si estás del lado del poder y de la
autoridad, puedes entrar en el círculo de los intelectuales responsables. Si
eres un crítico y un disidente, la tendencia es que te traten duramente. No
quiero decir que la historia sólo ha sido escrita por apologistas. No sería
exacto decirlo así. Pero hay una tendencia en esa dirección. Incluso la imagen
de cómo actúan los intelectuales tiende a ser halagadora y narcisista. Por lo
tanto, creo que hay una ilusión acerca de cómo han actuado en el pasado los
intelectuales. Ha habido tiempos en que el grado de influencia sobre el público
general de los intelectuales -intelectuales en el verdadero sentido de la
palabra- fue extraordinario, esos momentos de fermento, períodos
revolucionarios, como el de los levellers en la revolución inglesa o los años
sesenta del siglo XX. Pero la mayor parte del tiempo, los intelectuales son
aduladores del poder. La situación usual es la de la Primera Guerra Mundial,
cuando los intelectuales, en ambos lados, estaban alineados y al servicio del poder.
Eran entusiastas apologistas de su Estado: los alemanes por Alemania, los
ingleses por Inglaterra y los franceses por Francia. Hubo algunas excepciones,
pero muy pocas y terminaron en la cárcel. Bertrand Russell, por ejemplo, en
Inglaterra; Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo en Alemania y Eugene Debbs en
Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales son servidores del
poder.
* Entrevista realizada por: Heinz Dieterich
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