La esencia
de la democracia es la igualdad y la participación, entonces podría definirse
la democracia como el conjunto de condiciones y relaciones sociales que hacen
posible la igualdad y la participación. Pero no podemos olvidar que el objeto
concreto de la igualdad y la participación, el aspecto de lo humano en el cual
los hombres luchan por ser iguales y participar, cambia constantemente, ha
cambiado y sigue cambiando ante nuestros ojos.
Ha habido
un progreso en el conjunto de condiciones y relaciones sociales que hacen
posible la igualdad y la participación. Ha habido un progreso de la democracia,
y en nuestra mano está que continúe, si creemos que la democracia acrecienta y
enriquece la condición del ser humano.
La igualdad
y la participación no significan, a pesar de ser la esencia de la democracia,
desconocer las diferencias individuales. Significa acentuar todo lo que hace a los
hombres semejantes. Significa acentuar la dignidad del hombre, hacer posible el
pleno ejercicio de su libertad, esto es, que cada individuo sea un agente libre
de decidir su conducta y de contribuir a formular los fines de la acción del
grupo y de la sociedad a que pertenece. La igualdad y la participación son, por
lo tanto, condiciones indispensables de la expresión de la personalidad y de
las diferencias individuales.
De este
modo entendida, la democracia se opone a toda forma de tiranía o dictadura. Porque
en la dictadura, cualquiera que sea la excelsitud de los fines que se pretende
conseguir, ocurre, en el hecho, que un grupo reducido y cerrado se erige en
árbitro de los fines y medios de la acción social y toma decisiones en lugar de
los miembros del grupo, presumiendo que sabe mejor que ellos lo que les
conviene, sin otra norma que la arbitrariedad de unas pocas personas.
La
democracia supone la participación directa en la formulación de los fines de la
acción del grupo, o indirecta por medio de representantes libremente elegidos,
sometidos a control y crítica, y esencialmente revocables. Supone la aceptación
de las decisiones de la mayoría y el respeto de la opinión discrepante de las
minorías, es decir, la respetuosa tolerancia de toda oposición que se ajusta a
las normas y respete las reglas del juego de la democracia. Supone, además, la
crítica y la vigilancia constantes y la capacitación efectiva de todos los
miembros del grupo, mediante una educación democrática adecuada, para ejercer
dicha crítica y dicha vigilancia en forma constructiva, con eficacia y
valentía.
El terreno
en el cual se plantea, en el último tiempo, la lucha por la igualdad y la
participación, es el terreno de la economía como fundamental para el mejor
logro de lo social y político. Ante este hecho, la responsabilidad de la
educación democrática solamente se amplía. Pero en el fondo, sigue siendo la
misma: capacitar a cada individuo para la más plena expresión de su personalidad
y de su libertad y para la participación más eficaz en las decisiones de su
grupo. En una palabra, es ayudar a dar el paso que corresponde a nuestro tiempo
en el sentido de defender y enriquecer la dignidad del hombre.
La
educación, que como propósito deliberado promueve la realización plena de las
potencialidades del hombre y la mujer, se basa en los mismos principios de la
democracia y asegura su vigencia y continuidad en lo personal y en lo social.
En su doble sentido, como estilo de vida y como sistema de organización, la
democracia constituye una estructura dinámica y progresiva que se renueva
constantemente gracias al poder de la educación. Por eso, ésta defiende los
principios de universalidad, obligatoriedad, laicidad, unidad, gratuidad, socialización
y trabajo y tiende a la formación de hombres y mujeres libres, de espíritu
abierto, solidarios, capaces de ligarse a los deberes que impone la convivencia
social y de trabajar por los más fundamentales valores humanos.
Sabemos que
la nueva dimensión del mundo plantea al ciudadano actual la ingrata tarea de su
real participación en él. La mente humana ha dado un salto que permite al
hombre y a la mujer identificarse con fenómenos ajenos a la visión tradicional
del cosmos y participar en ellos no ya como espectadores del drama sino como
sus verdaderos actores. Pero hay una salvaguardia, la única: la educación.
Educación que es comunicación de valores. Educación para que el hombre y la
mujer puedan pensar, reflexionar, dialogar, participar y comunicarse de verdad.
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