Con demasiada frecuencia, el reloj se ha
convertido en un objeto de culto, que el hombre moderno, como si hubiera
adoptado una nueva religión, no cesa de adorar con humildad y devoción. Se vive con el reloj en la mano como si fuera
un poderoso amuleto, que poseyera la virtud de determinar con seguridad y, a
menudo también, con intransigencia el ritmo de nuestros trayectos vitales. Es un dato incuestionable que en las últimas
décadas se han temporalizado casi todos los aspectos de la existencia humana
por mediación del fetiche “reloj”, de tal manera que la experiencia del tiempo
humano, que es de inapreciable valor para la dignificación y promoción del
individuo, casi ha quedado reducida a los “imperativos del despertador”.
El tiempo es una construcción social, que se
constituye por mediación de la interacción social de los individuos y grupos
que se hallan integrados en una determinada sociedad. De esta manera el tiempo se convierte en un
medio esencial para la coordinación y sincronización de la vida en común. En las sociedades modernas, a causa del
incesante aumento de la complejidad que experimentan, ya no es posible
referirse a un solo tiempo, sino que los
tiempos que debe tener en cuenta el ser humano en la vida cotidiana son
múltiples, de tal manera que el tiempo humano actual viene a ser una síntesis
de distintas modalidades temporales. Sin
embargo, resulta bastante evidente que la cualidad que acostumbra a primarse en
los distintos tiempos de la sociedad actual es “lo económico”, que con
frecuencia es el factor que otorga su especial fisonomía al tiempo de nuestros
días.
Se ha dicho que nuestra sociedad se caracteriza
por ser una “no-stop-society”, una sociedad que vive sin pausa y sin reflexión
ni contemplación, sin disfrute de la naturaleza, tertulia, silencio,
pacificación interior, etc., porque los
“ritos economicistas” impuestos por el reloj se han adueñado de la mayoría de
las vivencias humanas. Hace algunos
años, Jean Gebser afirmaba que el
significado de la frase “no tengo tiempo” equivalía a “no tengo alma”, y el
sentido de esta frase era idéntico a “no tengo vida”.
La manipulación de nuestro tiempo
Noam Chomsky, lingüista, filósofo y activista
estadounidense, desarrolla sus “10 estrategias de manipulación mediáticas”, una
compilación con las diez estrategias más comunes y efectivas que siguen las
agendas “ocultas”, regularmente de origen económico, para manipular al público a través de los
medios de comunicación. Históricamente los medios masivos han probado ser
altamente eficientes para moldear la opinión general. Gracias a la parafernalia
mediática y a la propaganda se han creado o destrozado movimientos sociales,
justificando guerras, matizando crisis financieras, incentivado unas corrientes
ideológicas sobre otras e incluso se da el fenómeno de los medios como
productores de realidad dentro de la psique colectiva. Una de estas estrategias es precisamente la
de la distracción que consiste en
desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios
decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del
diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones
insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable
para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el
área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la
cibernética. ”Mantener la Atención del público distraída, lejos de los
verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real.
Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar;
de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto ‘Armas silenciosas
para guerras tranquilas)”.
La importancia de recuperar nuestro tiempo
Sólo quien vive, introduciéndose
paulatinamente, en el tiempo auténtico está capacitado para introducir a los
demás en el disfrute del tiempo.
Evidentemente, no se trata de aquella “diversión” que sólo pretende la
anulación del tiempo por mediación del olvido, el ruido, la distracción, la
inconsciencia, sino que se trata del tiempo del descubrimiento de uno mismo en
simpatía con los otros; descubrimiento que tiene como consecuencia la
humanización del propio tiempo, y que es la condición imprescindible para que
el hombre o la mujer lleguen a ser personas.
El tiempo humano se ha “mecanizado” e, incluso, pervertido porque los
lenguajes humanos han sufrido la misma suerte.
Un aprendizaje humano y humanizador de aquellos lenguajes que permiten
la expresión exhaustiva del ser humano, es el único medio efectivo para salvar
el tiempo de la descomposición que lo amenaza a través de la “dictadura del
reloj”.
Se hace de vital importancia el redimir el
tiempo y gozar de “tiempo libre”, cuyo contenido esencial está determinado por
nuestros momentos de ocio, entendido como “un conjunto de ocupaciones a las que
el individuo puede entregarse de manera completamente voluntaria tras haberse
liberado de sus obligaciones profesionales, familiares y sociales, para
descansar, para divertirse, para desarrollar su información y formación
desinteresada, o para participar voluntariamente en la vida social de su
comunidad”. (Dumazedier. 1971). El mismo
autor Joffre Dumazedier, condensa la definición en lo que ha venido a llamar
LAS TRES ”D” del ocio: Descanso, Diversión y Desarrollo Personal.
Los lenguajes a dominar
Los ciudadanos de la sociedad del siglo XXI requieren de algo más
complejo que los meros “saberes” o conocimientos: requieren competencias. Una competencia es “saber hacer”, hace
referencia a un conjunto de propiedades de cada uno de nosotros que se están
modificando permanentemente y que tiene que someterse a la prueba de la
resolución de problemas concretos y para nuestro caso, para la identificación,
interpretación, comprensión y construcción de nuestra realidad . Todo ciudadano debe ocupar su ocio desde la
dimensión del desarrollo personal para
aprehender, desarrollar, fluir y transmitir estos lenguajes modernos de la
ciudadanía:
(1) Altas competencias en lectura y escritura;
(2) Altas
competencias en cálculo matemático y resolución de problemas;
(3) Altas
competencias en expresión escrita;
(4) Capacidad para analizar el entorno
social y comportarse éticamente;
(5) Capacidad para planear, trabajar y decidir
en grupo;
(6) Capacidad para la recepción crítica de los medios de comunicación
social; y,
(7) Capacidad para ubicar, acceder y usar mejor la información
acumulada.
Cada ciudadano es responsable de redimir su
tiempo, de aprovechar su ocio para liberarse de la manipulación de grupos de
interés que nos quieren mantener en la ignorancia y la inacción.
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Las Tres Dimensiones de la Ciudadanía
Urge un Cambio en la Educación: Entrevista a: Claudio Naranjo
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