El concepto
de ciudadanía nos remite a una estructura de derechos y responsabilidades, a la
noción de igualdad entre las personas, a la pertenencia a una colectividad y a
la figura del ciudadano como unidad componente de la democracia.
La
participación está en el centro de la ciudadanía. Es un derecho político
contemplado en nuestra Constitución, y en un nivel operativo la podemos definir
como un proceso por medio del cual las
personas están presentes activamente en lo que les preocupa e interesa, lo
que implica la intervención de las personas y los colectivos en actividades que
influyan en la construcción de la agenda pública, en la defensa y promoción de
sus intereses personales y sociales.
En ese
marco, la participación conecta al ciudadano con la comunidad en la que vive y
lo motiva a ser parte activa de esa comunidad en la medida en que propicia que
las personas compartan ideas, opiniones y puntos de vista que cuando confluyen
en una misma dirección, las moviliza a asociarse con otras personas con el
propósito de conseguir un fin común, mediante el cual defienden sus convicciones
y las promueven al interior de la comunidad.
¿Cómo se
expresa la participación?
La
participación se expresa de diversas maneras. Desde la participación política a través de la cual los ciudadanos eligen
sus autoridades en elecciones libres, transparentes y periódicas, hasta la participación social, referida a las
actividades por las cuales un grupo de personas se organiza en forma voluntaria
para llevar adelante distintos tipos de iniciativas que sean de interés común.
Además se
distingue la participación como el
control ciudadano que está diseñado para ejercer una fiscalización,
observación o monitoreo sobre la ejecución de determinadas políticas de interés
público y no participar en la adopción de decisiones; y la participación
ciudadana en la gestión pública que se refiere al rol del ciudadano en cuanto
partícipe y en cuanto usuario de las decisiones y gestiones asociadas a la
implementación de acciones públicas.
También se
expresa cuando un grupo de personas busca y propone soluciones para problemas que
afecten a una comunidad; la manifestación pública de opiniones; las
movilizaciones de ciudadanos exigiendo el respeto de un derecho; las
expresiones artísticas. Todas ellas son maneras distintas de participar. En
este sentido, la participación se comprende como la concurrencia activa de los ciudadanos
en el ámbito público con el propósito de comunicar y manifestar a la comunidad en
la cual se desenvuelven sus opiniones, inquietudes y deseos y, a su vez, que
estos sean recibidos y tomados en cuenta por el espacio público y sus
representantes.
Espacios de
participación son, por ejemplo, las
organizaciones sociales, en donde grupos de personas se reúnen en torno a
temas de interés público; la familia,
en la cual se deben respetar la iniciativa y los derechos de sus integrantes,
especialmente las mujeres y los niños; los
colegios y las universidades, donde los jóvenes desarrollan sus
habilidades, expresan sus intereses y levantan la voz para hacerlos valer en
los espacios públicos; las juntas de
vecinos; clubes deportivos; grupos ambientalistas; grupos juveniles; entre
otros.
Todas estas
instancias de participación nos pertenecen a todas las personas. No existen grupos
que tengan derecho a excluir a otros de aquéllas, así como tampoco es condición
necesaria para participar en la comunidad el pertenecer a una de ellas. En
nuestra democracia, todas las manifestaciones, creencias e ideas tienen cabida,
y la participación es el medio de hacerlas efectivas en los espacios públicos.
La
participación se hace evidente cuando hay personas y grupos con iniciativa, que
tienen ese impulso que da origen a las cosas, esa energía especial que los
moviliza y los anima a seguir adelante, aun cuando en el camino se encuentren
con limitaciones y frustraciones que hagan dudar e incluso desistir en su
movilización.
Iniciativa
Los
ciudadanos, en el marco de una sociedad democrática, deben tener la capacidad,
el deseo y la posibilidad de generar
ideas y cambios, sobre todo los jóvenes. El derecho a ser el constructor del mundo que nos toca vivir es
inherente a las personas. Cada generación es dueña de cambiar las estructuras
que ha recibido como herencia y generar nuevas que den respuesta a las
necesidades, anhelos y proyectos de vida que le corresponden.
En este
sentido, tener iniciativa implica no solo la posibilidad de generar algo (y que
el Estado respete ese derecho), sino, también, el compromiso de los ciudadanos
de no autoexcluirse de la realidad que les ha tocado vivir y de promover
aquellos cambios que sean necesarios para hacer de este mundo un mejor lugar
para vivir y desarrollarse.
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