martes, 30 de julio de 2013

Solidaridad: Valor Clave de la Ciudadanía



La solidaridad es un valor social por el que las personas se protegen y ayudan mutuamente. Parece ser que en los pueblos primitivos la solidaridad era consustancial a la participación en la sociedad, y  aún quedan rasgos en formas de vida en común en las comunidades indígenas. 

Sigue siendo un valor raíz del hombre que le hace contemplar a la sociedad algo más allá del límite de sus propios y personales intereses. Para muchos la solidaridad en un valor social, en el sentido de que a cada ciudadano lo que más le reporta es vivir en sociedad, en cuyo seno se educa, se relaciona, participa de la división del trabajo, etc. Casi todo lo que cada uno ve cuando mira a su alrededor es herencia de otros que pensaron y trabajaron para dejar su contribución a la sociedad.  La respuesta a haber heredado tanto como nos viene dado a la hora de nuestro nacimiento es para muchos ya un motivo de agradecimiento que se puede canalizar a través de la solidaridad con los demás miembros de la sociedad, aparte de la consideración moral de realizarse por el ejercicio del bien hacia los demás. Existe un modo de contemplar la solidaridad como el construir un mundo mejor, en el que los actos de los unos repercuten positivamente sobre los otros, y así concebir el deber solidario de que, de la forma propia de obrar no se puedan seguir perjuicios para nadie. Todas estas razones de por qué ser solidarios se extienden en el mundo contemporáneo quizá tanto como en la antigüedad, pero lo que parece que muchas veces falla son las determinaciones prácticas para vivir de acuerdo a esas consideraciones.

La solidaridad exige dos sensibilidades: Una, saber percibir la realidad del mundo que habitamos, comenzando por las necesidades más escondidas de nuestro entorno. Otra, comprender que de la huella ecológica que dejemos sobre la naturaleza van a depender muchas posibilidades o adversidades para quienes vengan detrás. Esas dos sensibilidades representan la responsabilidad con el presente y con el futuro, ya que sobre el pasado no podemos actuar, en todo caso nos toca aprender a valorar lo bueno y no imitar lo malo.

La forma práctica de la solidaridad está en querer para los demás lo que queremos para nosotros. Es la contribución que desearíamos que nos hicieran si padeciéramos cada necesidad que percibimos a nuestro alrededor. Entra en juego la sensibilidad para captar y la disponibilidad para atender; en la primera se ejercita la inteligencia y en la segunda la voluntad. Desde  ayudar al compañero de la escuela a comprender una lección, a servir unas horas a la semana de voluntario, atender a un vecino enfermo, subscribir una cuota para remediar las necesidades de los países en vías de desarrollo o limpiar la nieve de la calle, todo ello es solidaridad, que si la ejerciéramos todos con constancia, descubriendo que a nuestro alrededor nadie quedara desatendido, el mundo sería mejor, no sólo por las atenciones prestadas, sino porque estaríamos instaurando la cultura de ser solidario, que cuando se aprende se convierte en un hábito imprescindible.

Para el futuro, nuestra solidaridad trata en cuidar nuestro mundo, porque la naturaleza no perdona y si no obramos con sensatez, considerando la degradación de nuestro planeta, las consecuencias más duras las sufrirán quienes nos sigan en la aventura de la humanidad. 

Habrá quien pueda pensar que el problema es de los políticos de las grandes potencias, y que cada persona singular es irrelevante lo que pueda hacer, pero no es cierto. Lo que cada uno hace suma, y la solidaridad de la suma de muchos puede ser trascendental. Se trata de moderar una política consumista, ya que no puede minusvalorarse que los procedimientos y la energía necesaria para fabricar cualquiera de los bienes que utilizamos cada día contamina. Si ha de haber recursos a disposición de toda una humanidad que sigue creciendo, se hace necesario que cada individuo racionalice su gasto.


No es accesible a cada persona solucionar los muchos problemas ajenos, pero es posible, al menos, no crearlos, actuando de modo que la conciencia domine al consumo, y no el consumo sea quien doblegue a la personalidad.

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