lunes, 19 de agosto de 2013

El Sistema Educativo y la Ciudadanía: Compartir con los demás


 
Toda práctica educativa, como defendió con tanto empeño Paulo Freire, implica una concepción del ser humano y del mundo.  La ciudadanía a través de la educación responde a una concepción del mundo que aspira a que prevalezcan los derechos humanos y la justicia social.  Ambas cuestiones –educación y justicia social-  no han caminado tradicionalmente juntas y ha supuesto, en muchos momentos, controversias irreconciliables.  Considerarlas unidas, en estos momentos, significa reconocer: primero, la exigencia y presión de la situación real del mundo y su proyección de un futuro posible que demanda reformas imperiosas que responden al deber moral y político de construir una cultura de paz; segundo, la aceptación de la educación como empresa moral y política que constituye un cúmulo de prácticas sociales que siempre plantean cuestiones sobre los propósitos y criterios para la acción, sobre la aplicación de recursos y sobre la responsabilidad y las consecuencias de dicha acción; tercero, el análisis crítico del papel desempeñado por la institución escolar en la deslegitimación de las desigualdades sociales a través de su estructura u organización como de su propuesta curricular; y cuatro, la incapacidad de la sociedad de producir trasformaciones en otros ámbitos que implica que estas se conduzcan a través casi siempre de la educación.
Por otra parte, esta controversia nos lleva a considerar que la formación de la ciudadanía debe ser un factor de cohesión social que tenga en cuenta la diversidad de los individuos y de los grupos humanos y al mismo tiempo evite cualquier tipo de exclusión.  Así la educación para la ciudadanía se ve obligada a asegurar que cada persona se sitúe dentro de la comunidad a la que pertenece, al mismo tiempo que se le suministran los medios de apertura a otras comunidades.
La ciudadanía es por esencia una cultura de la cooperación que implica para los centros educativos la exigencia de una verdadera concienciación sobre su doble papel: educativo y como instrumento para el cambio social.  Compartir con los demás implica para la educación una reformulación de la organización escolar, redimensiona el papel de la cooperación como método pedagógico y constituye un desafío para la función docente.  Como señala al respecto Jurjo Torres se hace necesaria la reconstrucción colectiva de la realidad dado que si la instrucción es parte importante en la estrategia para preparar a sujetos, activos, críticos, solidarios y democráticos para una sociedad que queremos transformar en esa dirección, es obvio que en semejante misión podremos o no tener éxito, en donde esa misma sociedad que nos rodea la podamos someter a revisión y crítica, y desarrollemos aquellas destrezas imprescindibles para participar y perfecciona la comunidad concreta y específica de la que formamos parte.  Esto significa la creación de una cultura cooperativa en los centros  educativos caracterizada por los siguientes rasgos: compromiso con el autoperfeccionamiento; presencia de  la cooperación en todos los aspectos de la vida escolar; amplio acuerdo y consenso sobre los valores educativos solidarios; creación y mantenimiento de un ambiente de trabajo satisfactorio y productivo; desarrollo de la confianza colectiva necesaria para responder de manera crítica al cambio; y reflexión en la acción, sobre la acción y en relación a la acción. 
Para que los protagonistas directos e indirectos de la educación puedan implicarse es necesario asegurar su participación a través de los canales democráticos ya establecidos que definen y orientan la organización escolar. Y hay que tener presente que participar es comprometerse con la escuela.  Es opinar, colaborar, criticar, decidir, exigir, proponer, trabajar, informar e informarse, pensar, luchar por una escuela mejor porque, la democracia no se da a los miembros de la comunidad educativa como algo acabado, como un logro ya ultimado.  Es, por el contrario, una construcción en constante dinamismo, una tarea inacabada, un reto permanente, una utopía inalcanzable pero siempre perseguible.
 

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